La familia. info
De no haber existido en nosotros la capacidad
hereditaria para enfrentarnos a toda clase de dificultades y problemas en la
vida, hace ya cientos de años que la especie humana habría dejado de existir.
Nuestros antepasados primitivos desarrollaron la capacidad de resolver
eficazmente las dificultades tremendas con que se encontraron para poder llegar
a subsistir.
Por
eso, es fundamental desarrollar desde los primeros años la afirmación verbal
por medio del aprendizaje y enseñar al niño a tener un criterio propio que le
permita hacerse fuerte frente a estados emocionales paralizantes como la ira,
el temor y el pánico, que nos impiden pensar con toda claridad y eficacia.
Capaces de vivir sin nosotros
Es curioso que las personas que más manipulan desde
niños sean precisamente las personas más inseguras. Tenemos todo el derecho a
juzgar nuestro propio comportamiento, nuestras emociones y pensamientos y
asumir con responsabilidad iniciativas y actos con todas sus consecuencias.
Esto es así porque si nos dejamos llevar de la opinión de los demás, jamás
sabremos a qué atenernos puesto que emitirán sobre nosotros tantas opiniones
distintas, cuantas sean las personas que lo hagan.
Hemos de enseñar a nuestros hijos a tener una
opinión sobre sí mismos y a no dejarse influenciar, chantajear y manipular por
los juicios positivos, negativos o neutros que sobre ellos emitan los demás. El
niño debe ejercitarse en el derecho que tiene a la propia afirmación y tomar
sobre sí, de manera gradual, la responsabilidad sobre su existencia, despojando
a los demás de esa responsabilidad. En definitiva, de lo que se trata es de
hacer a nuestros hijos capaces de vivir sin nosotros.
La forma más frecuente de manipular al otro es la
de hacerle sentirse culpable constantemente. Esta medida la utilizamos con
demasiada frecuencia padres y educadores para que nuestros hijos hagan lo que
deseamos por no soportar verse a sí mismos como seres culpables y dignos de
desprecio. Pero esta medida es esencialmente nefasta, ya que enseñamos al niño
y adolescente a albergar sobre sí mismo las mismas expectativas que alimentamos
nosotros como manipuladores.
Vivir en libertad
Puesto que educar no es otra cosa que hacer posible
que nuestros hijos sean capaces de vivir sin nosotros, no podemos educar si no
educamos en, por y para la libertad. En definitiva, enseñarles a tener un
criterio no es otra cosa que educarles para la responsabilidad, para el amor y
para el respeto a los demás, pero, también, para sí mismos.
Los padres debemos saber asumir que la vida de cada
ser humano le pertenece a él mismo y, en consecuencia, ni siquiera nosotros
como padres, y mucho menos las demás personas, tenemos derecho a manipular,
programar y organizar a nuestro gusto las vidas de nuestros hijos.
Para ser “ellos mismos”, necesitan el respeto de
quienes les educan y el ejemplo de actitudes consideradas y de libertad para
emitir sus primeros juicios sobre personas, cosas y situaciones sin sentirse
coaccionados.
Sin duda aparecerán fricciones y tensiones entre la
autoridad y la libertad que se suavizarán y superarán con facilidad si sabemos
armonizar y conjugar la autoridad y la firmeza con la tolerancia y la
comprensión.
La libertad bien entendida necesita de la autoridad
como apoyo ofreciéndole garantías de confianza y seguridad.
Ni permisivo, ni autoritario
La permisividad, el autoritarismo y el
paternalismo, son enemigos de la afirmación personal equilibrada y del criterio
propio.
La permisividad como constante, termina por
convertir al niño en un libertario. El autoritarismo hace de él una persona
dependiente y conformista y el paternalismo lo debilita y manipula mediante el
chantaje afectivo.
A nadie se le escapa que todo aprendizaje de la
libertad comporta unos riesgos que padres y educadores no tenemos más remedio
que asumir si pretendemos hacer de niños y adolescentes personas responsables.
En consecuencia, hemos de saber perder el miedo a la libertad para poder
educar.
Hay que saber dosificar la cantidad de libertad que
debemos dar a nuestros hijos para hacer posible esa reafirmación de la propia
personalidad y el aprendizaje de la toma de decisiones por sí mismos.
Aprender a dar libertad
No es bueno generalizar, pero como orientación
sugiero lo siguiente: hay que dar más libertad a un niño (o adolescente) a
medida que vaya siendo mayor de edad, sea mejor su conducta y cumpla con sus
obligaciones, demuestre una mayor capacidad crítica, autocontrol y sentido de
la responsabilidad y nos haya demostrado mayor experiencia en el uso de esa
misma libertad.
Como acabamos de ver, sólo es posible que adquieran
criterio propio, determinación, autonomía y afirmación de la propia
personalidad si facilitamos las cosas para que nuestros hijos accedan al uso de
la libertad de manera gradual, conjugando la autoridad, la comprensión, el amor
y el respeto a tomar sus propias decisiones en la vida.
La libertad necesita además la existencia de
unas normas claras que den seguridad. El niño y el adolescente deben saber a
qué atenerse. Por eso, el saber mandar es mitad ciencia y mitad técnica, y
quien ejerce algún tipo de mando ha de tener bien claro que las normas
impuestas deben ser educativas y no coartar el libre y sano desarrollo de la
libertad en nuestros hijos