jueves, 3 de diciembre de 2009

APRENDER A CORREGIR


Por Alfonso Aguiló
Es natural que los jóvenes y los mayores vean las cosas de distinto modo. Lo que sería extraño es que un adolescente y una persona madura pensaran de idéntica manera.

La educación no es empeñarse en que nuestros hijos sean como Einstein, o como ese genio de las finanzas, o como aquella princesa que sale en las revistas. Tampoco es el destino de los chicos llegar a ser lo que nosotros fuimos incapaces de alcanzar, ni hacer esa espléndida carrera que tanto nos gusta... a nosotros. No. Son ellos mismos.

Una labor de artesanía
Tener un proyecto educativo no significa meter a los hijos en un molde a presión. La verdadera labor del educador es mucho más creativa: es como descubrir una fina escultura dentro de un bloque de mármol, quitando lo que sobra, limando asperezas y mejorando detalles.

Se trata de ir ayudándoles a quitar sus defectos para desvelar la riqueza de su forma de ser y de entender las cosas.

Hay que buscar par los hijos ideales de equilibrio, de nobleza, de responsabilidad. No de supremacía en todo, porque eso acaba por crear absurdos estados de angustia. Lo que importa es fijarse unos retos que le hagan ser él mismo, pero cada día un poco mejor; que le hagan conocer la satisfacción de fijarse unas metas y cumplirlas.

La tarea de educar en la libertad es tan delicada y difícil como importante, porque hay padres que, por afanes de libertad mal entendida, no educan; y otros que, por afanes pedagógicos desmedidos, no respetan la libertad. Y no sabría decir qué extremo es más negativo.

Las cuatro reglas
Educar no es una tarea fácil. El adolescente tiende por naturaleza a enjuiciarlo todo, posee una considerable visión crítica de lo que lerodea. Eso no tiene por qué ser forzosamente malo. Por el contrario, puede ser muy bueno. Pero habría que establecer unas reglas del juego para que la crítica en la familia sea positiva.

Primera: Para que alguien tenga derecho a corregir tiene primero que ser persona que esté capacitada para reconocer lo bueno de los demás y que sea capaz también de decirlo: que no corrija quien no sepa elogiar de vez en cuando.

Porque si un padre no reconoce nunca lo que su hijo o su mujer hacenbien, ¿con qué derecho podrá luego corregirles cuando fallen? En este sentido no debemos olvidar que, el que nada positivo encuentra en los demás tiene que replantear su vida desde los cimientos: algo en él no va bien, tiene una ceguera que le inhabilita para corregir.

Con mucho cariño
Segunda: Ha de corregirse por cariño: tiene que ser la crítica del amigo, no la del enemigo. Y para eso tiene que ser serena y ponderada, sin precipitaciones y sin
apasionamiento: tiene que ser cuidadosa, con el mismo primor con que se cura una herida, sin ironías ni sarcasmos, con esperanza de verdadera mejoría.

Tercera: Tampoco debe darse la corrección sin antes hacer examen sobre la propia culpabilidad en lo que se va a corregir. Cuando algo marcha mal en la familia, casi nunca nadie puede decir que está libre de toda culpa.

Además, cuando uno se siente corresponsable de un error, corrige de forma distinta. Porque corrige desde dentro, comenzando por la confesión de la propia culpa. De este modo, el corregido entenderá mucho mejor porque empezamos por compartir su error con el nuestro, y no lo verá como una agresión desde fuera sino como una ayuda desde
dentro.
La crítica destructiva es tan fácil como difícil es la constructiva. Resulta muy eficaz que en la familia haya fluidez en la corrección, que se puedan decir unos a otros las cosas con normalidad. Que los agravios o los enfados no se queden dentro de los corazones, porque ahí se pudren.

Poco a poco
Cuarta: Regla múltiple sobre la forma de llevar a cabo la corrección. Ésta ha de ser cara a cara, pues no hay nada más sucio que la murmuración o la denuncia anónima del que tira la piedra y esconde la mano; a la persona interesada y en privado; y siempre sin comparar con otras personas: nada de 'aprende de tu primo, que saca tan buenas notas, o del vecino de arriba que es tan educado...'
Con mucha prudencia antes de juzgar las intenciones y no hablar de lo que no se ha comprobado bien, pues corregir sobre rumores, suposiciones o sospechas, supone hacer méritos para ser injusto.

La corrección deber ser específica y concreta, no generalizadora ;sabiendo centrarse en el tema, sin exageraciones, sin superlativos, sin abusar de palabras como siempre, nunca... Conviene hablar de una o dos cosas cada vez, porque si acumulásemos una lista parecería una enmienda a la totalidad más que otra cosa; y sin reiterarlas demasiado: hay que darles tiempo para mejorar. Además, la excesiva machaconería se vuelve también contraproducente.

El mejor momento
Por último, hay que saber elegir el momento para corregir o aconsejar, que ha de ser cuanto antes, pero siempre esperando a estar los dos tranquilos para hablar y tranquilos para escuchar: si uno está aún nervioso o afectado por un enfado, quizá sea mejor esperar un poco más, porque de los contrario probablemente se estropeen más las cosas
en vez de arreglarse. Corregir sí, pero siempre poniéndose antes en un lugar, haciéndose cargo de sus circunstancias, procurando, como dice el refrán, calzar un mes sus zapatos antes de juzgar.
Actuando así, se corrige de modo distinto. Incluso veremos que muchas veces es mejor callarnos: hay quien dijo que si pudiéramos leer la historia secreta de nuestros enemigos, hallaríamos en sus vidas penas y sufrimientos suficientes como para desarmar nuestra hostilidad.

Un buen ambiente familiar
La amistad entre padres e hijos se puede armonizar perfectamente con la autoridad que requiere la educación.

Es preciso crear un clima de gran confianza y de libertad, aun a riesgo de que alguna vez sean engañados. Más vale que luego ellos se avergüencen de haber abusado de esa confianza y se corrijan.
En cambio, cuando falta un mínimo de libertad, la familia se puede convertir en una auténtica escuela de la simulación.

A los adolescentes les cuesta mucho obedecer pero tienen que entender que, guste o no, todos obedecemos. En cualquier colectivo, las relaciones humanas implican vínculos y dependencias, y eso es inevitable. No pueden engañarse con ensueños de rebeldía infantil.

En definitiva, obedecer es a veces incómodo, es verdad. Pero tienen que descubrir que no siempre lo más cómodo es lo mejor. Deben darse cuenta de que el mejor camino para ser libre es lograr ser dueños de uno mismo. Han de comprender que sólo una persona bien curtida en la obediencia juvenil será libre en la edad adulta.

sábado, 24 de octubre de 2009

Flores en lugar de pedruzcos


Por: Christian Fabrizio Andrade

Ese virus, que no se inclina ante edades ni condiciones sociales, y que propaga las deficiencias físicas, morales e intelectuales de las demás personas, se denomina maledicencia. Los padres critican a los hijos, los hijos critican a los padres; los gobernantes a los gobernados y los gobernados a los gobernantes; los hermanos a los hermanos, etcétera.

Las estaciones de radio poseen en lo alto de sus edificios antenas emisoras de ondas. Éstas recorren largas distancias hasta encontrar un aparato que las reciba y las convierta en noticias, música, pláticas y demás programas. Por esa torre principal miles de personas reciben cualquier tipo de información.

Difundir las deficiencias ajenas es facilísimo: sólo hay que compartir esas “noticias” al amigo, al compañero de oficina, a los familiares, y ¡ya está! Has contribuido a que los demás tengan una información “útil”, y probablemente, ellos serán medio de difusión hasta crear una larga cadena transmisora.

Hay un primer nivel para curarnos de esta enfermedad y requiere decisión para ir contra corriente: no hacer más propaganda de las carencias ajenas. Para evitar que el agua siga corriendo la única solución es cerrar la llave de paso. Esa llave de paso, adecuándola al lenguaje corporal, es la boca. De ella brotan flores; oraciones, poesías, canciones, noticias alegres… pero también de ella surge veneno. Ya lo decía el apóstol Santiago: “Con ella bendecimos al Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, hechos a imagen de Dios; de una misma boca proceden la bendición y la maldición” (Santiago 3, 9).

Este primer paso puede resultar difícil, más aún cuando nos encontramos constantemente este virus en algunos medios de comunicación más próximos. Pero es factible, porque llevamos dentro el deseo de ser solidarios ante los demás, ante los necesitados de justicia. Este es un buen paso el cual todos deberíamos dar.

El siguiente grado se encuentra en el pensar bien de los demás: creer todo el bien que escuchamos y no creer sino el mal que vemos. No sólo es necesario evitar hablar mal de una persona, sino hay que creer en su buena fama y en la dignidad que merece por ser persona humana. Todos poseen cualidades que debemos descubrir. Este hallazgo lo lograremos mediante la convivencia y el trato con la persona. Nadie me podría hablar mejor de tu padre sino tú mismo, porque has vivido con él y lo conoces. Podremos conocer lo externo en una persona, pero lo que hay dentro de ella sólo se descubre si nos relacionamos con ella.

Pero el más valioso de estos niveles es practicar lo contrario a la maledicencia. En lugar de pensar mal y difundir las reseñas negativas sobre cualquier persona, se piensa bien y se difunden las noticias positivas. Si el término negativo es: maledicencia, el término positivo debería de ser: benedicencia, aunque este término no aparezca en los diccionarios.

Es edificante encontrarse con este tipo de gente. Hombres y mujeres tan incompatibles con los comentarios negativos como lo es el agua con el aceite. De cada intervención en una conversación no salen de su boca más que alabanzas y buenas noticias sobre los demás. No buscan el punto negro en el cuadro blanco, ¿quién no tiene puntos negros? Todos los tenemos, pero hay más de blanco que de negro, y hay que resaltar aquello de lo que más hay.

Como ves, la mejor manera de erradicar un vicio no es de forma negativa, arrancándolo cada vez que brota. Lo mejor es sustituirla con una virtud. Si se nos pide embellecer un jardín, no lo haremos solamente a base de no poner y quitar las piedras ásperas, sino en plantar rosas, claveles, jazmines y árboles frutales que adornen nuestro jardín espiritual.

La benedicencia hace un gran bien a nuestra sociedad: ya que contribuye a que los medios de comunicación se contagien de los aspectos positivos, se ponen en alto el nombre y la dignidad de una persona. Además favorece a la edificación de una sociedad donde prevalezca la caridad.

Todos estamos llamados a este grado. Depende de nosotros el futuro de la sociedad; y si no nos es posible cooperar con grandes empresas en su construcción, sí que lo está a través de esta pequeña pero gran virtud, porque a los ojos de Dios tiene mucho valor.

¡Vence el mal con el bien! El servicio es gratuito

martes, 13 de octubre de 2009

Lo que los padres debemos saber sobre las drogas


Por Cristina Pinet, Dolores Fortes
Psicóloga Clínica - Unidad de Conductas Adictivas del Hospital de Sant Pau (España)

Drogas ha habido y habrá siempre, y es posible que en algún momento de la vida lleguen a su esfera de decisión. Tenemos que ayudarles a crecer y a madurar en un mundo donde existen las drogas y, si las encuentran a su alrededor, puedan tener referentes claros para que puedan decidir y su actuación no les cree problemas. Los jóvenes tienen que llegar a ser capaces de decidir por sí mismos, con la ayuda de los padres, sin dejarse llevar por las influencias sociales mediáticas, ni por las presiones de grupos de iguales para consumir drogas tanto legales como ilegales. La comunicación, el afecto y el reconocimiento en el contexto familiar, les pueden ayudar en la elección.

En la sociedad de hoy predomina en muchos aspectos la filosofía hedonista, de búsqueda de satisfacción y de placer, con un gran miedo y rechazo hacia todos los aspectos que puedan suponer emociones negativas como tristeza, ansiedad, sufrimiento y dolor. Las drogas han adquirido una gran importancia en este ámbito. Las drogas pueden convertirse en una evasión a todos los problemas.

La familia y el adolescente
El adolescente en esta etapa sufre cambios, tanto a nivel físico como psíquico. Ya no es un niño, pero tampoco es un adulto, lo que comporta una sensación de desequilibrio e inestabilidad. Los padres del adolescente también sufren esta inestabilidad, el rol que tenían delante de su hijo-niño deberá también adaptarse al hijo-adulto, lo que acarrea nuevas formas de comunicación y relación. La familia juega un papel muy importante en el desarrollo evolutivo del hijo, en su formación y en el desarrollo de su personalidad, y debe estar presente y atenta a las dificultades que puedan ir surgiendo y que puedan conllevar alteraciones de este desarrollo. Dentro de estas dificultades encontramos el tema de las drogas.

El papel de los padres
El papel de los padres debe ir cambiando a medida que los hijos van creciendo. La función de controlador disminuirá conforme avanza la edad del niño, y poco a poco deberán razonarse las normas, apoyándose en una comunicación franca. Se deberá fomentar la independencia e individuación de los hijos, con derechos y responsabilidades.
Con la edad, los hijos comienzan a ver a los padres como seres humanos corrientes, con defectos y virtudes, por lo tanto se vuelven más críticos con nuestros actos. Los padres debemos esforzarnos en ser modelos para nuestros hijos. Los valores familiares son una transmisión importante para el joven. Deberán reflexionar sobre el consumismo, el placer por el placer, la competitividad, la evitación del sufrimiento, el tiempo y el tipo de ocio, actitudes y situaciones muy relacionadas con las drogas y el mundo de satisfacción irreal que prometen.
Fomentar el diálogo es muy importante para la formación del hijo. Nos ayudará a poder transmitir valores, conocer cómo piensa el adolescente, estar en contacto con sus inquietudes.

La actitud de los padres frente a las drogas será importante para el hijo. Lo que piensan y lo que hacen los progenitores y los hermanos ya adultos tendrá un valor modelador. Se conoce que, además de factores genéticos, la observación cotidiana de abuso de alcohol por parte de los padres es una variable de riesgo para el futuro de los hijos. También el uso de tabaco por parte de padres y hermanos tiene influencia en el tabaquismo posterior de los hijos menores.

Hablar con los hijos de drogas
Los padres temen el posible consumo de drogas por parte del adolescente, pero la mayoría no se atreven a hablar del tema en casa con su hijo. Este temor se debe en general a que los padres tienen poca información sobre las drogas y todo el mundo que las rodea. No se debe crear un espacio especial para hablar sólo de drogas. Tampoco es útil crear un monólogo moralizante, en el que los padres se dedican sólo a repetir que las drogas son malas. Se debe buscar el espacio, con un diálogo abierto en ambas direcciones, teniendo en cuenta sus opiniones, y aprovechando las situaciones que aparezcan y que tengan en cuenta el tema: un artículo en el periódico, un comentario de TV sobre una película, el caso de un compañero...
Sólo cuando los padres tengamos conceptos claros y sencillos, y los compartamos con nuestros hijos con veracidad, nos podremos acercar a ellos, tanto cuando no hay problemas, como cuando pueden empezar a contactar con ellos.