lunes, 26 de noviembre de 2012

EL VALOR DE LA PRUDENCIA

EL VALOR DE LA PRUDENCIA
Fuente: Familia.info

Posiblemente muchos conflictos y decisiones erradas, podrían haberse evitado si en ese momento se hubiera actuado con prudencia. El ejercicio de la prudencia permite alcanzar los objetivos que nos proponemos. La prudencia es el arte de decidir bien, e implica el dominio de las reacciones y emociones.
La prudencia, que enseña a tomar decisiones, le proporciona al ser humano el dominio de sí mismo. Ayuda también a identificar las situaciones que son convenientes y las que no lo son. Ayuda a pensar antes de actuar -autocontrol-, lo que impulsa a la persona a medir las consecuencias de las acciones. “La virtud de la prudencia es la que nos educa para reflexionar bien y así, decidir bien.” dice Francisco Cardona en uno de sus escritos.

Otra consecuencia de ser prudentes es que facilita la convivencia. Si bien todas las virtudes favorecen el trato con los demás, la prudencia es una de las protagonistas. Ser prudente es expresar las palabras que son, en los momentos que son; lo que impide hacer mella en las relaciones interpersonales. Sabemos que una determinada expresión en un instante crítico, es como una chispa en un pajar. Pero hay algo importante. La prudencia no sólo consiste en abstenerse de actuar; también es saber proceder cuando el bien así lo requiere. Por eso es equivocado calificar esta virtud de debilidad, cobardía e hipocresía.
La prudencia se relaciona con otras virtudes: tolerancia, discreción, sensatez, cautela, sabiduría, madurez, discernimiento, mesura, compostura, templanza, tacto, precaución, equilibrio, ecuanimidad, entereza, serenidad. Todas ellas facilitan el desarrollo personal y la interacción social.

Las desventajas de la imprudencia
Cuando se procede de forma imprudente, los perjuicios no tardan en aparecer, “si lo vemos bien, notaremos que la mayoría de nuestros desaciertos en las decisiones, en el trato con las personas o en la expresión de nuestras opiniones, se deriva de la precipitación, la emoción, el mal humor, una percepción equivocada de la realidad o la falta de una completa y adecuada información. El valor de la prudencia nos hace tener un trato justo hacia los demás y edifica una personalidad segura, capaz de comprometerse en todo y con todos, generando confianza y estabilidad en quienes nos rodean.”

En la práctica
En definitiva la prudencia debe estar presente en la relación conyugal, laboral, familiar y social. En síntesis la prudencia es:
Pensar antes de actuar. Evita la precipitación.
Dar un concepto objetivo luego de informarse a fondo. Evita las injusticias.
Ser oportunos al hablar y al actuar, ser asertivos y empáticos. Saber callar en algunos casos -llegará el momento justo-. Evita las situaciones que hieren a los demás.
Tener dominio de uno mismo, la prudencia está relacionada con la voluntad y la fortaleza. Evita tomar caminos errados y caer en tentaciones.
Enseñar a los hijos la prudencia
“Los padres pueden empezar a educar a sus hijos en la prudencia ayudándoles a pensar antes de actuar en las consecuencias de su conducta. Hay que educar a los hijos en la prudencia ante todo con el ejemplo, pero conviene ayudarles a pensar, con preguntas: ¿qué pasará si vas a esa fiesta?, ¿qué pasa si no terminas tu tarea?, ¿es bueno hacer tal o cual cosa? Luego habrá que motivarles a llevar a cabo lo decidido, reconociendo sus buenas acciones.” Explica un escrito del portal Catholic.net
Para finalizar un proverbio de Friedrich Engels: “Tanta prudencia se necesita para gobernar un imperio, como una casa”.

martes, 6 de noviembre de 2012

EL SINDROME DE LA VIDA OCUPADA

EL SINDROME DE LA VIDA OCUPADA
Fuente: The Family watch

La saturación de actividades, de información, el poco descanso y el estrés, puede llevar a las personas a presentar problemas de concentración y memoria, síntomas que hacen parte del “Síndrome de la vida ocupada”, bautizado así por el centro de investigación Escocés, CPS Research.

Este grupo de investigadores halló que una parte importante de los profesionales jóvenes están inmersos en un ritmo de vida que no se detiene. Sobrecargados de información, conectados las 24 horas, y retados por la dura competencia del mundo laboral, llevan a cuestas múltiples exigencias para poder responder a estos desafíos. Además deben compaginar todo lo anterior con una vida personal y familiar que igualmente requiere tiempo y dedicación.

De igual manera, el hecho de que en la actualidad, las personas casi todo el tiempo están expuestas a estímulos de los medios de comunicación, empeora el panorama. Finalmente esto conduce a una situación de estrés, pero realmente lo que caracteriza a este síndrome son las fallas en la memoria y la concentración.

El doctor de CPS Research, Alan Wade, explica que “la desmemoria es un proceso normal de la vejez, pero tenemos evidencia que sugiere que ahora está afectando a gente cada vez más joven como resultado de múltiples ocupaciones en el hogar o el trabajo y por el exceso de información que consumimos hoy en día”.

Los expertos aclaran que no se trata de olvidos graves, sino de la incapacidad para recordar nombres, cifras, rostros, fechas, o se pasan por alto citas programadas con anticipación, se pierden objetos, o se actúa de forma mecánica.

“Este síndrome, podría significar que cada vez somos más distraídos porque el cerebro tiene dificultades para lidiar con los flujos de información modernos.” Dice un artículo sobre el tema del portal Alto Nivel.

Consejos para terminar con el “Síndrome de la vida ocupada”

La ocupación excesiva suele ir acompañada de un sentimiento de preocupación al descuidar alguno de los aspectos que constituyen al ser humano. Por eso los siguientes consejos buscan mejorar este problema:

Organizar el tiempo, priorizar: En cuanto a la administración del tiempo, varios autores hacen alusión a la necesidad de saber identificar lo que es importante y lo que es urgente y, a continuación, no sacrificar continuamente lo importante por lo urgente. Hay que aprender a ordenar las actividades de acuerdo a su nivel de prioridad en cada momento.

Saber decir “no”: En algunos casos, esta saturación de actividades tiene una dosis de nuestra responsabilidad por no saber decir “no” a compromisos que son imposibles de cumplir. Es necesario lograr un equilibrio en cada uno de los roles que se tiene como persona integral. Para llevar a cabo esta tarea, revise una a una sus actividades diarias. De este examen, saldrán acciones que se deberán omitir, el cuerpo tiene un límite y tal vez sea el momento de tomar decisiones para evitar la sobrecarga de quehaceres.

Dedíquese tiempo: Se deben buscar momentos para descansar, estar en reposo y bajar las revoluciones. Estos espacios ayudan a recuperar la concentración.

Hábitos saludables: La alimentación, el ejercicio físico y el sueño son determinantes. Los especialistas recomiendan al menos siete horas de sueño diarias y realizar actividad física tres veces a la semana para liberar tensiones acumuladas.

Una actividad al tiempo: Los problemas de concentración pueden ocurrir porque se ejecutan varias acciones al tiempo y no se dedica la atención necesaria a lo que se realiza en el instante. Es mejor hacer una cosa bien hecha, que muchas a medias.

Al llegar a casa, ¡desconéctese!: Apague el celular, aléjese del e-mail; que sea un tiempo exclusivo para la familia. Además la mayoría de las personas afirman que compartir con los hijos y con el cónyuge, le llenan de satisfacción, energía y fuerza para afrontar la vida cotidiana.

Los enemigos del tiempo: Cuando una persona está en una situación de sumo estrés y además no puede controlar su tiempo, entonces hay unas razones comunes que lo generan: sobrecarga de actividades, asumir tareas de otro, perdedores de tiempo (controlables): tales como llamadas telefónicas no planificadas, visitantes inesperados, reuniones improvisadas, etc. Revise cuál de las anteriores podría ser la fuente de su estrés.